#notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso   #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso   #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso   #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso   #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso   #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso   #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso   #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso   #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  #notienemipermiso  

La mirada y el acoso callejero

por JOSÉ ANTONIO BURRIEL, presidente de «No más violencia de género»

         Leo en Facebook el testimonio valiente (escrito tras las lagrimas de haberse sentido vejada por “el acoso callejero” –acoso por la mirada, por el lugar, por la actitud-) de una estudiante. ¡Gracias, Noemi, por tus reflexiones)

“Buenos días para quien los tenga. Os voy a contar lo bien que he empezado la mañana: Subida en el tren hacia Castellón he tenido la gran suerte de sentarme enfrente de un hombre bastante mayor que yo y he podido disfrutar mirada tras mirada lo apetecible que le parecía (también se lamía los labios, por lo que lo he deducido). Le he mirado fijamente con la peor cara que podía poner, pero justo en ese momento no han coincidido nuestros ojos porque estaba intentando verme las bragas, ya que llevo vestido. El pobre hombre no ha conseguido observar nada puesto que mi vestido también lleva pantalón incorporado; no obstante, si no lo llevara y se me vieran las bragas nadie es quien para tener que mirarlas como si fueran un filete. Cansada, objetivada y sintiendo puro asco, me he cambiado de sitio. Para mejor sorpresa, el tren se ha averiado y he tenido que subir en otro, contenta por haber superado el mal trago he montado felizmente y ¡Vaya! ¿Quién ha subido en mi vagón? El tan mencionado hombre repugnante y ¡Vaya! ¿Dónde acaba de sentarse? A mi lado. Yo ya estaba previéndolo, iba a tener que irme y, por supuesto, así ha sido. De nuevo 5 minutos continuos de miradas (o escáneres e incluso rayos uva) en los que no podía sentirme más objeto. Quizás mi reacción tendría que haber sido levantarme y dejarle en ridículo puesto que al tratarse de un tren somos cientos; sin embargo, mi cuerpo ha decidido llorar e irse corriendo, corriendo hasta una mujer que había reconocido del primer tren en el que estaba, y en ella me he resguardado y calmado.

Puede que muchas/os piensen que no es para tanto, pues ni me ha tocado ni ha articulado palabra, pero de verdad, la mirada era indescriptible. Era esa mirada que muchas/os reconocemos por desgracia, es LA mirada, sentirte un caramelo e incluso pararte a cuestionar cómo vas vestida/o. Desafortunadamente no es la primera vez que me pasa, pero sí la primera vez que he llorado, llorado de impotencia por no haberle partido la nariz de un puñetazo”.

Como el testimonio está colgado en el muro de Facebook (Noemi Sierra Martínez), lo reproduzco. Y lo hago para compartir con todos mi repugnancia ante miradas “babosas y machistas”. Ante algo que es acoso callejero, ante algo que desgraciadamente se presencia en nuestras calles. Ante algo que… ¡o paramos entre todos o seguirá vulnerando la igualdad y dignidad de mujeres y hombres, hombres y mujeres!

¿Cómo parar ese acoso? ¡Entre todos! Y lo he escrito y me reitero: pincha www.change.org/p/gobierno-de-españa-no-al-acoso-callejero-queremos-que-se-reconozca-como-delito-notienesmipermiso. ¡Hay que llamar la atención de las autoridades! ¡Hay que hacer repicar las campanas para que todos nos movilicemos!

Los comentarios están cerrados.

error: Content is protected !!